viernes, 20 de febrero de 2009

EXCOMUNIONES Y SERVILISMO

Por José Miguel Gambra.

Desde el 21 de enero, el Santo Padre ha levantado la excomunión que pesaba sobre los obispos de la Hermandad de San Pio X, fundada por Mons.Lefebvre. Eso, unido al motu proprio de septiembre del 2007, rehabilita oficialmente al tradicionalismo católico en el seno de la Iglesia. Palabras como "Lefebvre", "Misa Tridentina" y "Hermandad de San Pío X" ya no pueden provocar el escalofrío de aversión que hasta ahora producían en tantos fieles y pastores.

Del Concilio a esta parte, la Iglesia ha tenido -–y sigue teniendo-- mucho siervo oficioso, similar al que abofeteó a Nuestro Señor y provocó la única respuesta casi airada de toda su humillante pasión. Mucho servidor que se ha complacido en endurecer la vida de los católicos tradicionales más allá de cualquier obligación. Durante más de cuarenta años, un número incontable de sacerdotes que, dentro y fuera de la Hermandad, querían celebrar el rito de San Pío V, ha sufrido toda clase de vejaciones. ¡Cuántos recuerdo que tuvieron que decir misa a escondidas hasta la muerte! ¡Cuántos fallecieron entristecidos y aherrojados, en el más completo abandono, por

mantener las doctrinas llamadas preconciliares! Profesores prestigiosos apartados de la docencia, fieles a los que se negaron los sacramentos por simpatizar con la Hermandad, o la comunión por arrodillarse, intelectuales mencionados desde el púlpito, con nombres y apellidos, como pecadores públicos, sacerdotes privados de sus emolumentos. Hasta sé de alguno que ha tenido que recoger cartones por la noche para sobrevivir. Pero ¿qué le voy a contar a la dirección de Siempre p'alante sobre tales sufrimientos?

Sea por convicción modernista, sea por abyecto servilismo o por escrúpulo indiscreto, la crueldad por cuenta propia de que han hecho gala muchos eclesiásticos con el catolicismo tradicional no puede describirse. Y tampoco voy a intentarlo. Porque, aparte de tener un recuerdo agradecido de los sacrificios que han propiciado el tenue resplandor que supone la nueva situación, lo que deseo es destacar otra cosa.

El ensañamiento gratuito con el caído lacera a éste y envilece al que lo ejecuta. Nada más conocerse la decisión papal, los voluntarios perseguidores de la tradición religiosa han emprendido una campaña, en parte para mitigar los efectos de esa decisión, en parte, para ocultar su propia vergüenza. Y la ocultan como les es propio: con hipócrita obsequiosidad. Como los "murmuradores más finos y venenosos" de que habla San Francisco de Sales, empiezan por celebrar dicha decisión, pero inmediatamente afirman que el Papa ha levantado las excomuniones porque en su poder está ejercer tan bondadosa generosidad, y dejan suponer, sin decirlo a las claras, que se trata de una medida arbitraria e injustificada. La envoltura elogiosa oculta mal la gravedad del reproche. El Santo Padre no ha dejado sin efecto las excomuniones porque el 21 se levantara de buen humor y tuviera un capricho de soberano absoluto. Si lo ha hecho es, bien porque las excomuniones no eran válidas, como muchos mantienen, bien porque actualmente no halla en los obispos ni la intención de cisma que algunos les achacan, ni ninguna otra desviación que merezca tal sanción. Decir otra cosa es lo mismo que calificar al Papa de déspota, benevolente sin duda, pero déspota.

La pusilanimidad de tales discursos contrasta con la magnanimidad de la respuesta dada por la Hermandad ante la noticia: primero agradece la decisión del Pontífice, pues la justicia, con ser obligada, no es menos digna de alabanza, sino más, cuando se hace contra un sentir común. Pero, luego, no se interesa por la mejoría de su situación, ni por las ventajas y prebendas que de ello pudieran seguirse, sino sólo por la posibilidad que se le abre de entablar conversaciones que conduzcan a la reforma de la Iglesia. Los humanos nunca merecen ciega adhesión sin examen. Pero, de momento, sólo cabe exclamar ¡chapeau!

Fuente: Agencia Faro

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